Pancracio concibe en sueños sus creaciones más precisas. El ambiente onírico en que desarrolla su inventiva y la perfección de sus criaturas le hacen confundir la realidad con la ficción. En el día a
día asiste a una continua metamorfosis de sus marionetas, que, una vez manipuladas, terminan cobrando vida mediante la danza; sin embargo, su delirante actividad afecta a sus propias hijas, criadas
entre telas, alfileres, maderas y serruchos, e ignorantes del mundo fuera del taller, sin reparar en que va privándolas de su libertad. Pone en práctica el doble juego de personificar a los objetos y
cosificar a las personas. Dentro de la misma dialéctica ficción-realidad, perdura la idea del creador condicionado, del difícil deambular del arte por la senda de la libre creación.